Hace ya unos cuantos días que estamos asistiendo a un cambio sustancial en la manera en la que los docentes en España entran en la función pública.
Desde hace semanas algunas comunidades autónomas han decidido, generalmente sin contar con los representantes de los trabajadores, cambiar el modelo por el cual se organizan y confeccionan las listas de personas interinas. Hasta ahora, estas se organizaban fundamentalmente en función de la experiencia previa que tenían los interinos. Ahora, sin más, lo harán en función de la nota que consigan en la oposición.
Hace ya unos años, con el anterior Ejecutivo socialista, esta idea ya comenzó a tomar forma. Era necesario que fueran los mejor preparados quienes accedieran a la docencia. Se barajó la posibilidad de que contara más la nota del examen. Las elecciones anticipadas y la fuerte contestación sindical dieron al traste con toda revisión del proceso.
Ahora, el panorama ha cambiado. La mayoría absoluta del PP en el Gobierno, así como la juventud de la legislatura, le dan capacidad de hacer estos cambios. Lo curioso es que no sea el Ministerio el que lidere la transformación, sino que sean algunas de las comunidades autónomas, como Madrid o Castilla-La Mancha (hoy día dos de las más extremas del país).
Hay que recordar que los cuerpos de funcionarios docentes son nacionales. Serían deseable que el acceso a la carrera fuera homogéneo.
En cualquier caso, resulta más preocupante que esto, el hecho de que siendo de la importancia que es decidir quién puede enseñar a niñas, niños y jóvenes, la discusión solamente se centre en el valor del examen o en los años de experiencia.
Siendo ambos parámetros relativamente importantes, pienso que no todas las personas que son capaces de estudiar mucho y sacar buena nota en una prueba están capacitadas para tratar con 30 menores durante los próximos 37 años; tampoco creo que quienes llevan 7 u 8 años dando clase en ese limbo que es la interinidad, simplemente por ello, sean la mejor elección.
Me pregunto para cuándo se tendrá en cuenta en el acceso a la carrera docente la capacidad de empatía de quienes quieren dar clases; la capacidad de comunicación, la inteligencia emocional, su capacidad de trabajar en equipo, su inquietud por el bienestar, etc., etc.
Como dicen los dichosos informes internacionales, es imposible tener una mejor educación que la que puedan dar los profesores y profesoras existentes. Efectivamente. Cuanto mejor es el cuerpo docente, mejor será la educación que reciban los alumnos. ¿Es posible medir esto en un examen, en una oposición, en un concurso? Diría que el sistema es muy limitado, muchísimo.
¿No sería momento de debatir sobre qué queremos que sepan maestros y profesoras? ¿No sería interesante de una vez hablar sobre qué deben aprender los menores que están en nuestras aulas? El debate sería largo y duro, pero es la única manera de mejorar ciertas cosas.
Si no sabemos qué queremos/creemos que es imprescindible que aprendan niñas y niños ¿cómo vamos a saber qué habilidades y conocimientos deben tener las personas que les enseñen? ¿cómo vamos a ser capaces de determinar la mejor manera para elegir a estas personas?
En este caso, creo que el camino recorrido por Finlandia podría ser un buen comienzo. Que la selección no sea posterior al paso por la Universidad, sino previo. Y no solo a base de exámenes de oposición; sería interesante conocer las habilidades sociales de quienes van a acabar dentro del aula enseñando.
Si cambiamos ahora la baremación de las oposiciones, será darle la vuelta al sistema para que, en el fondo, todo quede como está. Pero al revés. No tendremos a los mejores profesores o a las mejores maestras, tenemos a quienes saquen mejor nota.